jueves, 16 de abril de 2009

Leyenda de amor de Cáceres.





Habla la leyenda de una trágica y triste historia de amor, gracias a la cual pudo, ya de manera definitiva, conquistarse Cáceres. Este hecho ocurrió en una noche de San Juan, una de aquellas en que el misterio y la brujería parece respirarse con el aire; en aquellos tiempos en que Cáceres era aún musulmana y su nombre era Al-Qazires, dominio de un musulmán cuyo nombre se desconoce.

El cristianismo aún luchaba por el dominio de la ciudad, algo en absoluto sencillo... El nombrado señor musulmán tenía un hija cuya hermosura, tan triste y melancólica como encantadora, de belleza tal que los juglares apenas podían ofrecer sino una sencilla mención, algunas vagas palabras que apenas se acercaban a la realidad.

Tan arrebatadora era su hermosura, que todo musulmán de la Península y de mucho más lejos, incluso algunos de los más ricos y nobles, habían pedido, en vano, desposarse con ella. Decía la muchacha a su padre que Alá no quería aún que ofreciese su mano. Pero la realidad era que ella había dejado de ser dueña de su corazón, pues lo había entregado a un impuro, a un capitán cristiano. Y, ni que decir tiene, jamás su padre vería con buenos ojos aquella relación; por lo que la joven doncella guardaba en cautiva soledad su secreto.

Pues quiso el azar que un día se cruzasen las miradas de los futuros amantes... y en apenas un segundo, sus corazones comenzaron a latir desbocados... tan solo una mirada... y durante tiempo y tiempo, se encontraban a escondidas, ocultos de ojos ajenos, juntos en la nostalgia de la noche... sintiéndose desamparados cuando habían de partir.


Los días y los meses se sucedieron y las batallas redoblaron su crudeza, dándose día y noche y ambos bandos (moros y cristianos) vivían sólo por y para la guerra. Debido al cargo del capitán y a la vigilancia de la doncella por parte de su padre, los amantes no pudieron verse durante lo que a ellos se antojó una eternidad... Entonces, él pidió que se encontrasen a las afueras de la ciudad, durante la noche... y la bella joven no pudo negarse. Mas quiso la tragedia empañar este, en otras circunstancias, mágico y hermoso momento, pues, apenas dos días después, la ciudad cayó bajo ataque cristiano, destruidas las defensas y muertos gran parte de los habitantes.

En la misma noche del ataque, el señor musulmán (que, para más inri, era brujo) llamó ante su presencia a su hija... y ésta, rompiendo a llorar, por pena, dolor y ante todo, por aquel amor imposible que tanto daño hizo, confesó a su padre que había entregado las llaves de un pasadizo que daban acceso a la ciudad a aquel cristiano a quien antes hubo dado su corazón. Incapaz de perdonar la pérdida de la villa, el moro-brujo tampoco pudo perdonarla a ella... y buscó venganza. Castigó a su propia hija, condenándola a vagar por siempre jamás, recorriendo las calles de Cáceres; ella convertida en una gallina de oro y sus doce sirvientas en polluelos del mismo metal. Cuentan algunos que en ocasiones la han visto, en la noche de San Juan, recuperar su forma humana y corriendo por las calles para alejarse de quienes pudieran verla llorar por su culpa y su dolor. .

Sin embargo, y dejando a un lado la leyenda, hay que decir también la triste y trágica realidad, pues en todo cuento hay un tanto de verdad: el castigo consistió en atar a la doncella a los pilares del aljibe (en la Casa de las Veletas), abandonándola para que agonizase lentamente, ahogada en las aguas que llenaban el lugar. Se dice que aún hoy pueden escucharse en la noche de San Juan los lamentos y gritos agonizantes de una mujer joven, procediendo de las cámaras del aljibe.

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